Dicen que el mundo se detiene cada cuatro años, durante un mes. Dicen que el planeta gira entorno a un sólo escenario cada cuatro años. Y que durante el tiempo del campeonato mundial de fútbol, no ocurre nada más que eso: Futbol. Sin duda estas afirmaciones no son más que frases de cliché que están lejos de la realidad, una realidad dinámica y cambiante que por estos días no deja de reflejarse en los grandes conflictos por ejemplo en la franja de Gaza entre Israel y Palestina.

Pero más allá de esto, hay que reconocer los efectos que tiene el Fútbol en el mundo occidental (y digo occidental porque el 94% de los países participantes en la copa poseen modelos económicos, religiosos y políticosmodernos, con excepción de Irán (república islámica) y Argelia que gradualmente ha adoptado un régimen presidencialista), en donde el deporte ha acaparado el centro de la atención de la sociedad en general, llegando a manifestar sentimientos patrios y de unidad en países históricamente golpeados por conflictos internos, como el caso de Colombia y Costa de Marfil. En otras palabras el fútbol ha sido la mejor herramienta en los últimos años para conseguir unidad, honor y principios nacionalistas en territorios marcados por fuertes divisiones políticas.

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Foto: Duvan M.

Sin embargo. Los riesgos de dejar que el fútbol sea un principio organizador en la sociedad, son bastante altos. Esto porque el fútbol se vende como un mercancía llena de marketing y publicidad engañosa usada por las elites económicas y políticas que quieren satisfacer el hambre y la miseria latinoamericana con un banquete de goles. Para el caso de Brasil: atrás de los bonitos comerciales se han desplazado poblaciones enteras que yacían cerca a los estadios, se sometieron a los obreros que construían y remodelaban estadios y aeropuertos a jornadas laborales infrahumanas y condiciones de seguridad precarias,  se han dado concesiones a multinacionales productoras de alimentos para que sean las únicas oficialmente aprobadas por la FIFA para vender en cercanías a los estadios y en los famosos “fan fest”, incluso se potencio el turismo sexual.

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Foto: Duvan M.

Ni que decir de Colombia, que bajo la parafernalia de la buena campaña de la selección nacional, los políticos han desarrollado sus campañas electorales, llegando incluso a convertirse el  fútbol en el discurso clave para la reelección del presidente Juan Manuel Santos: “mi gobierno será, un equipo, así como el de la selección Colombia”, manifestó constantemente.

Pero el fútbol, en especial la copa mundial. En su esencia y como es entendido para el común de las personas, es el mayor deporte del planeta y el que inspira mayor cantidad de pasiones conjuntas. Es por esto que una victoria implica un júbilo nacional, y una derrota es parecida a  un escenario de guerra en donde el perdedor no sólo pierde su honor, sino también su economía, incluso su identidad. Con la derrota de Brasil ante Alemania, las favelas han perdido su alegría, su pintoresca y colorida particularidad de días atrás. Han vuelto a ser aquel escenario triste, silencioso en donde la pobreza y el dolor se reflejan en los rostros de sus habitantes. El mundial ya no es mundial, y la mayor preocupación ahora para el grueso del pueblo brasilero, vuelve a ser el pasaje de bus, el alimento de sus hijos y la necesidad de mantener un empleo básico.

Afortunadamente la nación brasilera, al igual que el continente suramericano; es una nación que se fortalece en el infortunio, que más allá de los embates históricos subsiste y mantiene la esperanza de alcanzar la gloria. Seguramente los niños siguen en las canchas y en los barrios, jugando al mundial. Soñando con crecer y darle al país, lo que en esta ocasión se diluyó. Ojalá y este sueño se haga realidad, pero se acompañe con la mayor prioridad que tiene el pueblo brasilero: educación básica, salud y empleo de alto nivel.

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Foto: Duvan M.